Una de las primeras interrogantes que se hace en torno al teatro es si éste tiene o no repercusión, impacto o simplemente despierta curiosidad en su entorno. El sabio Peter Brook dice en su libro más famoso (Brook, 2015) que, si no hay alguien que observa, no existe el teatro; puede que algo o alguien accione en un espacio, pero si no hay quien lo comparta -para los estudios neurocientíficos son en realidad quienes lo co-constituyen-, no existe el hecho teatral. Por lo tanto, uno de los retos es contaminar a la audiencia presente o posible para que acuda a las convocatorias de espectáculos teatrales y formen parte de ellos. En los tiempos que corren, son prácticamente estériles los debates sobre si la escena debe ser entretenimiento o una opción de discusión y anclaje del pensamiento más profundo sobre la vida y la sociedad. Por lo que el hecho de reunirnos, provocados por un texto de Shakespeare o una creación colectiva, nos lleva por caminos que de otra manera no transitaríamos. Acompañados por extraños que, sean cómplices o distractores, están lo suficientemente cerca, asistimos a una co-creación que en el mejor de los casos nos lleva a compartir un hecho único e irrepetible que se produce cada vez que entramos al espacio teatral.

La cultura teatral en la UDLAP
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