El eterno femenino revisitado por Antonio Álvarez Morán

Sea por una razón, sea por otra, muy pocas de las voces de las mujeres han logrado conservarse en los archivos de la historia. Es un poco como si la decibilidad femenina, por lo menos hasta una fecha bastante reciente, difícilmente pudiese llegar a registrar su propia huella. Dicha situación resulta altamente contrastante con la representación del cuerpo femenino cuya visibilidad ha ido alimentando de manera bastante regular el campo de la producción artística occidental desde los mismos orígenes del arte en el muy lejano horizonte del periodo paleolítico. Pero no nos dejemos engañar: si bien la imagen de lo femenino se ha venido plasmando en cualquier tipo de soporte beneficiándose de una relativa constancia, muy al contrario, el sentido que le puede ser asociado se ha estado modificando, a menudo por una muy simple razón: siendo el imaginario local el único responsable de aquella construcción y puesta en escena específica del campo de la imagen, bien puede llegar a caracterizarse por un muy peculiar trabajo de bricolaje geográfico, histórico y sociocultural, sin olvidar, claro, el imprescindible -y fundamental- toque de lo subjetivo. Y no es ningún secreto: todos los lenguajes del texto o de la imagen siempre han quedado permeados por una determinada aura social simplemente porque su primera función es y ha sido, servir a la comunidad, sea con sabor a historia o recuerdo.